Días después de que los incendios forestales en Maui dejaran decenas de muertos y destruyeran miles de casas en agosto, una sorprendente afirmación se difundió con alarmante velocidad en YouTube y TikTok: el fuego en la isla de Hawai fue encendido deliberadamente, valiéndose de armas de energía futuristas desarrolladas por las fuerzas armadas de Estados Unidos.
No tardaron en aparecer afirmaciones de que había “evidencia” de ello: un video en TikTok que mostraba un rayo de cegadora luz blanca, demasiado recta para ser la de un relámpago, que arrasaba un barrio residencial y provocaba llamas y humo que se elevaban hacia el cielo. El video fue compartido millones de veces, difundido por grupos neonazis, radicales antigobierno y partidarios de la teoría conspirativa QAnon, y presentado como prueba de que los gobernantes de Estados Unidos se habían vuelto contra sus ciudadanos.
“¿Y si lo de Maui fue sólo un ensayo?”, preguntó una mujer en TikTok. “¿Para que el gobierno pueda usar un arma de energía directa contra nosotros?”
Ese video de TikTok no tuvo nada que ver con los incendios de Maui. De hecho, se trataba de la grabación de una explosión de un transformador eléctrico en Chile que ocurrió tiempo antes el año pasado. Pero eso no impidió que un usuario de TikTok con la costumbre de postear videos conspirativos utilizara la plataforma para sembrar más miedo y dudas. Fue sólo uno de varios videos e imágenes similares manipulados que fueron hechos pasar como evidencia de que los incendios forestales no habían sido un accidente.
Las teorías conspirativas tienen una larga historia en Estados Unidos, pero ahora pueden propagarse por todo el mundo en cuestión de segundos, amplificadas por las redes sociales, erosionando aún más la verdad con una nueva fuerza destructiva.
Ahora que Estados Unidos y muchos otros países tienen elecciones de gran importancia en 2024, los peligros de la rápida propagación de la desinformación, utilizando tecnologías cada vez más sofisticadas como la inteligencia artificial, amenazan también a la democracia misma, al alentar a grupos extremistas y fomentar la desconfianza.
«¿Qué pasará cuando ya nadie crea nada?”
“Creo que el mundo de la posverdad podría estar mucho más cerca de lo que nos gustaría creer”, dijo A.J. Nash, vicepresidente de inteligencia de ZeroFox, una firma de ciberseguridad que monitorea la desinformación. «¿Qué pasará cuando ya nadie crea nada?”
Extremistas y autoritarios despliegan la desinformación como un arma poderosa para reclutar a nuevos seguidores y ampliar su alcance, y recurren a videos y fotos falsas para engañarlos.
Y aun cuando no logren convencer a la gente, las teorías conspirativas sostenidas por estos grupos contribuyen a fomentar la desconfianza en las autoridades y las instituciones democráticas, provocando que las personas rechacen las fuentes confiables de información a la vez que alimentan las divisiones y sospechas.
Melissa Sell, una residente de Pensilvania de 33 años de edad, está entre aquellas personas que han perdido la fe en los hechos.
“Si hay una gran noticia en la televisión, la mayoría de las veces es para distraernos de otra cosa. Cada vez que te das la vuelta, hay otra noticia con otra agenda que nos distrae a todos”, afirmó. Sell cree que los incendios forestales de Maui podrían haber sido provocados intencionadamente, tal vez para distraer al público, quizá para probar una nueva arma. “El gobierno ha sido sorprendido antes mintiendo. ¿Cómo podemos saberlo?”, preguntó.
La verdad en manos de las tecnológicas
A falta de una normativa federal significativa que regule las plataformas de redes sociales, se deja en gran medida en manos de las grandes empresas tecnológicas la vigilancia de sus propios sitios, lo que da lugar a normas y controles confusos e inconstantes. Meta, propietaria de Instagram y Facebook, dice que trabaja para eliminar los contenidos extremistas. Plataformas como X, al igual que Telegram y sitios de extrema derecha como Gab, permiten que florezcan.
Los funcionarios electorales federales y algunos legisladores en Estados Unidos han sugerido aplicar normativas que regulen la inteligencia artificial, incluidas normas que obligarían a las campañas políticas a etiquetar las imágenes generadas por IA utilizadas en sus anuncios. Pero esas propuestas no afectarían la capacidad de grupos extremistas o gobiernos extranjeros de utilizar la IA para engañar a los estadounidenses.
Mientras tanto, las plataformas tecnológicas con sede en Estados Unidos han reducido sus programas para erradicar la desinformación y la incitación al odio, siguiendo el ejemplo de Elon Musk, que despidió a la mayoría de los moderadores de contenido cuando compró X, llamada entonces Twitter.
“Se ha dado un gran paso atrás”, afirmó Evan Hansen, exeditor de Wired.com que era director del departamento de regulación de contenido de Twitter, que dejó el cargo cuando Musk compró la plataforma. “Para el observador común se ha vuelto muy difícil dilucidar: ¿en qué creo aquí?”
Hansen dijo que se requerirá una combinación de normativas gubernamentales, medidas voluntarias por parte de los titanes de la tecnología y conciencia del público para regular la ola de contenido artificial que se avecina. Hizo notar que la guerra entre Israel y Hamas ya ha sido objeto de una avalancha de fotos y videos falsos y manipulados. Las elecciones de este año en Estados Unidos y en otras partes del mundo crearán oportunidades similares para el fraude digital.
La desinformación difundida por grupos extremistas e incluso por políticos como el expresidente estadounidense Donald Trump puede crear las condiciones para la violencia, al satanizar a la parte adversaria, atacar a las instituciones democráticas y convencer a sus seguidores de que están en una lucha existencial en contra de aquellos que no comparten sus creencias.
Trump ha difundido mentiras sobre las elecciones, sobre el proceso de votación y sobre sus oponentes durante años.
Partiendo de sus afirmaciones engañosas acerca de la existencia de un Estado oculto que controlaría al gobierno federal, ha repetido la de QAnon y otras teorías conspirativas, y ha animado a sus seguidores a considerar al gobierno como un enemigo. Incluso insinuó que el ahora retirado general del Ejército Mark Milley, a quien el propio Trump nominó para ser el más alto oficial militar de Estados Unidos durante su gobierno, era un traidor y merecía ser ejecutado. Milley dijo que ha tenido que tomar precauciones de seguridad para proteger a su familia.
La lista de incidentes atribuidos a extremistas motivados por teorías conspirativas está creciendo. Los disturbios del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos, los ataques a clínicas de vacunación, el fervor antiinmigración en España y el odio antimusulmán en India: todos fueron llevados a cabo por personas que creían en teorías conspirativas sobre sus oponentes y que decidieron que la violencia era una respuesta adecuada.
Las encuestas y los sondeos sobre teorías de conspiración muestran que aproximadamente la mitad de los estadounidenses creen en al menos una teoría conspirativa, y esas opiniones rara vez conducen a la violencia o el extremismo. Pero para algunos, estas creencias pueden llevar al aislamiento social y la radicalización, interfiriendo con sus relaciones, carrera y finanzas. Para un subgrupo aún menor, pueden conducir a la violencia.
Los datos fidedignos que existen sobre delitos motivados por teorías conspirativas muestran un aumento preocupante. En 2019, investigadores del Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo de la Universidad de Maryland identificaron seis ataques violentos en los que los autores dijeron que sus acciones estaban motivadas por una teoría de conspiración. En 2020, año de la encuesta más reciente, hubo 116.
Es poco probable que se aprueben leyes destinadas a frenar el poder de las redes sociales y la inteligencia artificial para difundir desinformación antes de las elecciones de 2024, e incluso si se aprueban, su aplicación será un reto, según Vince Lynch, experto en IA y director general de la empresa tecnológica IV.AI.
“Esto está ocurriendo ahora, y es una de las razones por las que nuestra sociedad parece tan fragmentada”, dijo Lynch. “Espero que algún día haya una regulación de la IA, pero ya nos encontramos en una situación anormal. Creo que ya es demasiado tarde”.
Para los creyentes, los hechos no importan.
“Puedes crear el universo que quieras”, dijo Danielle Citron, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Virginia que estudia el acoso en línea y el extremismo. “Si la verdad no importa, y no se exige una rendición de cuentas por estas falsas creencias, entonces la gente empezará a actuar basándose en ellas”.
Sell, la creyente de las teorías conspirativas que vive en Pensilvania, dijo que empezó a perder la confianza en el gobierno y los medios de comunicación poco después del tiroteo de 2012 en la escuela primaria Sandy Hook de Newtown, Connecticut, que dejó 20 estudiantes y seis educadoras muertos.
Sell pensó que el hombre armado parecía demasiado pequeño y débil para llevar a cabo un acto tan sangriento, y que las desgarradoras entrevistas con los desconsolados familiares parecían demasiado perfectas, casi ensayadas.
“Parecía que había un guion”, señaló. “Las piezas no encajaban”.
Esa idea —que las víctimas de la matanza eran actores contratados como parte de un complot para impulsar leyes de control de armas— fue difundida sobre todo por el teórico de conspiraciones Alex Jones. Las familias de las víctimas de Sandy Hook interpusieron una demanda, y el presentador de Infowars —un sitio web de teorías de conspiración— fue condenado posteriormente a pagar casi 1.500 millones de dólares por daños y perjuicios.
Los alegatos de que no se puede confiar en los líderes electos ni en los medios de comunicación de Estados Unidos está muy presente en muchas teorías de conspiración vinculadas al extremismo.
En 2018, un teórico de conspiraciones de Florida envió bombas de tubo a la cadena CNN, a la exsecretaria de Estado Hillary Clinton y a otros demócratas de alto rango; las cuentas de este hombre en redes sociales estaban llenas de mensajes sobre sacrificios de niños y estelas químicas, la afirmación desacreditada de que las nubes de vapor que generan los aviones contienen sustancias químicas o agentes biológicos que se utilizan para controlar a la población.
En otro acto de violencia vinculado a QAnon, un hombre de California fue acusado de utilizar una pistola arpón para matar a sus dos hijos en 2021. Le dijo a un agente del FBI que había sido iluminado por las teorías de conspiración de QAnon y se había convencido de que su esposa “poseía ADN de serpiente y se lo había pasado a sus hijos».
En 2022, una mujer de Colorado fue declarada culpable de intentar secuestrar a su hijo en un centro de custodia temporal después de que su hija dijera que había empezado a relacionarse con seguidores de QAnon. Otros seguidores han sido acusados de vandalismo ambiental, de disparar bolas de pintura a reservistas militares, de secuestrar a un niño en Francia e incluso de matar a un jefe de la mafia de Nueva York.
La pandemia, un motor de conspiraciones
La pandemia de coronavirus, con el aislamiento social que conllevó, creó las condiciones ideales para nuevas teorías conspirativas mientras el virus sembraba miedo e incertidumbre en todo el mundo. Las clínicas de vacunación fueron atacadas, médicos y enfermeras amenazados.
Las torres de telefonía celular 5G fueron destruidas y quemadas cuando se extendió la descabellada teoría de que se estaban utilizando para activar microchips ocultos en la vacuna. Los temores acerca de las vacunas hicieron que un farmacéutico de Wisconsin destruyera un lote de las solicitadas inmunizaciones, mientras que falsas afirmaciones sobre supuestos tratamientos y curas del COVID-19 provocaron hospitalizaciones y muertes.
Pocos acontecimientos recientes, sin embargo, muestran el poder de las teorías conspirativas como la insurrección del 6 de enero de 2021, cuando miles de simpatizantes de Trump allanaron el Capitolio, saquearon las oficinas del Congreso y se enfrentaron a la policía en un intento por interrumpir la certificación de las elecciones de 2020. Cinco personas murieron.
Más de 1.200 personas han sido acusadas de delitos relacionados con la revuelta del Capitolio. Unas 900 se han declarado o han sido declaradas culpables tras juicios. Más de 750 han sido sentenciadas, y aproximadamente dos tercios han recibido alguna pena de prisión, según datos recopilados por The Associated Press. Muchos de los acusados dijeron que habían creído las teorías conspirativas de Trump de que las elecciones habían sido robadas.
“A nosotros, es decir, a los partidarios de Trump, nos mintieron”, escribió el 6 de enero el acusado Robert Palmer en una carta a un juez, que posteriormente lo condenó a más de cinco años de prisión por atacar a la policía. “No paraban de escupir la falsa narrativa sobre unas elecciones robadas y de cómo era ‘nuestro deber’ enfrentar a la tiranía”.
Muchos creyentes de las teorías conspirativas rechazan cualquier vínculo entre sus creencias y la violencia, y dicen que se les culpa de las acciones de unos pocos. Otros insisten en que estos incidentes nunca ocurrieron, y que sucesos como el atentado del 6 de enero fueron en realidad acontecimientos de bandera falsa urdidos por el gobierno y los medios de comunicación.
“Mentiras, mentiras, mentiras: te mienten una y otra vez”, dijo Steve Girard, un hombre de Pensilvania que ha protestado por el encarcelamiento de los acusados del 6 de enero. Habló con la AP mientras ondeaba una bandera estadounidense de gran tamaño en una concurrida calle de Washington.
La culpa de los políticos
Aunque podrían haber adquirido un papel más importante en nuestra política, las encuestas muestran que la creencia en las teorías de conspiración no ha cambiado mucho a lo largo de los años, según Joe Uscinski, profesor de la Universidad de Miami y experto en la historia de las teorías de conspiración. Uscinski cree que, aunque internet contribuye a difundir las teorías conspirativas, la mayor parte de la culpa la tienen los políticos que se aprovechan de los que creen en ellas.
″¿Quién fue el mayor divulgador de la desinformación sobre el COVID: un tipo con cuatro seguidores en Twitter o el presidente de Estados Unidos? El problema son nuestros políticos”, señaló Uscinski. “El 6 de enero ocurrió, y la gente dijo: ‘Oh, esto es culpa de Facebook’. No, el presidente de Estados Unidos dijo a sus seguidores que estuvieran en este lugar, a esta hora y que lucharan con todas sus fuerzas”.
Los gobiernos de Rusia, China, Irán y otros países también han difundido contenidos extremistas en redes sociales como parte de sus intentos por desestabilizar la democracia occidental. Moscú ha amplificado numerosas teorías conspirativas antiestadounidenses, incluido algunas que afirman que Estados Unidos dirige laboratorios secretos de guerra bacteriológica y que creó el VIH como arma biológica, así como teorías conspirativas que acusan a Ucrania de ser un Estado nazi.
El covid un arma biológica
Beijing ha contribuido a difundir afirmaciones de que Washington creó el COVID-19 como arma biológica.
Tom Fishman, director general de la organización sin fines de lucro Starts With Us, dijo que los estadounidenses pueden tomar medidas para defender el tejido social al apagar sus computadoras y reunirse con las personas con las que no están de acuerdo. Hizo notar que los estadounidenses deben recordar lo que les une.
“Podemos mirar por la ventana y ver presagios de lo que podría ocurrir si no lo hacemos: amenazas a una democracia funcional, amenazas de violencia contra los líderes electos”, dijo. “Tenemos el deber cívico de hacerlo bien”.